Ya no existen los ¨mandados¨, las cartas, las notas pegadas en las neveras para recordar. Los celulares nos han ¨acercado más¨, ya la tinta es cosa del pasado; la tecnología nos evita perder el tiempo.
Los celulares vienen de todas formas, tamaños, colores y funciones diversas. Para lo menos que sirve un celular es para llamar: son cámaras, radio, reloj, tv, agendas, álbumes, bluetooth, infra red, calculadora, calendarios, memos, Internet Wi-Fi, pantallas táctiles y muchas otras cosas más. Sin dudas es rico tener acceso a todo; no podemos negar que estas facilidades nos hacen sentir confortable.
Ayer mientras participaba de una fiesta, salí a ¨tomar aire¨ y a hacer una llamada por mi celular; me di cuenta que casi la totalidad de los presentes salía a responder llamadas, lo que imposibilitaba hacer dentro, por la bulla de la orquesta.
Muchos dejaban su pareja parada en la pista y se iban detrás de una columna para el ¨Aló, dime¨. Otros dejaban la comida a la intemperie para salir corriendo agachado (no sabemos por qué se encojen un instante para responder fuera). Todo el que salía (si no iban para el baño y hasta algunos de ellos) llevaban el celular con la pantalla iluminada.
Le damos más importancia a la llamada de un celular que a una buena conversación en vivo. Tengo amigos (que si sumamos las horas que hemos hablado), ganan las horas dedicadas a hacerlo por celular.
Las actividades solemnes se convierten en “chercha” con los tonos reguetoneros, sinfonías, pajaritos, anuncios personales, escándalos y malas palabras. Tanto así, que en las actividades de las empresas y de instituciones que se respetan, lo primero que dice el maestro de ceremonia o el moderador: “favor apagar sus celulares o colocarlos en vibrador”. Otras instituciones como las iglesias, colocan letreros para que apaguen el celular; donde a menudo la misa se ve amenazada por su sonar. El reverendo Nino Ramos ha bajado del púlpito y colocando su oído como radar submarino trata de escuchar cual celular es el que suena y ha seguido damas hasta afuera, para ver de quien se trata.
Ya la gente cree que si no toma el celular mientras maneja, o en el tapón, está como pez fuera del agua. Los accidentes no importan.
Las escuelas están amenazadas. Los estudiantes llevan celulares en sus mochilas, para estar comunicados con el exterior, para hacer su chivo en “mensajes no enviados”. Recuerden el mensaje múltiple de las Pruebas Nacionales. Tan grave es el asunto aquí en Fantino que en días atrás, la directora tuvo que pelear al puño con alumnos y sus refuerzos, por no acatar la orden de “No Celular en el Aula”.
Me gusta lo del Consulado Norteamericano, allí no importa quien sea usted, no puede pasar ni un cortaúñas para el interior del recinto. Allí no sabemos ni siquiera que hora es, porque no utilizamos relojes; vemos la hora en la pantalla.
A veces cuando negociamos o charlamos con un amigo, se escucha el “espérate, aló, dime” y se corta la conversación. Si es importante le mete diez minutos y si no tiene importancia: “te llamo pa’tra” ¿y cómo es que se llama pa’tra?. Cuando termina su llamada pregunta: “dónde íbamos”, los celulares tienen el poder de borrarte la memoria y el mundo real, por eso es tan peligroso manejar con ellos en el oído o en “hand free” o manos libres, porque nos concentramos en el sonido, ya que no podemos ver al interlocutor.
Les he hablado de las llamadas, pero todas esas facilidades que tienen y que se utilizan a discreción, hacen el mismo daño cuando nos desconectamos del mundo con su uso: escuchamos música con el audífono de un lado, mientras participamos de una entrevista; vemos fotos, navegamos en la Internet en la misma iglesia, devolvemos mensajes y comenzamos un chateo encendido mientras en nuestro entorno piensan que usted está consumiendo las informaciones.
Cuando le preguntamos el número de cédula a una persona, comienza diciendo 809 y luego queda en el aire, pues en vez de decir 087 que es su número de serie, su mente se remonta al número más utilizado (el de su número de celular).
Voy a dejar este escrito hasta aquí, porque me está sonando el celular con el #131# (en privado), ¿quién será? Voy a tomar la llamada, ojala no sea de la casa de préstamo.
Los celulares vienen de todas formas, tamaños, colores y funciones diversas. Para lo menos que sirve un celular es para llamar: son cámaras, radio, reloj, tv, agendas, álbumes, bluetooth, infra red, calculadora, calendarios, memos, Internet Wi-Fi, pantallas táctiles y muchas otras cosas más. Sin dudas es rico tener acceso a todo; no podemos negar que estas facilidades nos hacen sentir confortable.
Ayer mientras participaba de una fiesta, salí a ¨tomar aire¨ y a hacer una llamada por mi celular; me di cuenta que casi la totalidad de los presentes salía a responder llamadas, lo que imposibilitaba hacer dentro, por la bulla de la orquesta.
Muchos dejaban su pareja parada en la pista y se iban detrás de una columna para el ¨Aló, dime¨. Otros dejaban la comida a la intemperie para salir corriendo agachado (no sabemos por qué se encojen un instante para responder fuera). Todo el que salía (si no iban para el baño y hasta algunos de ellos) llevaban el celular con la pantalla iluminada.
Le damos más importancia a la llamada de un celular que a una buena conversación en vivo. Tengo amigos (que si sumamos las horas que hemos hablado), ganan las horas dedicadas a hacerlo por celular.
Las actividades solemnes se convierten en “chercha” con los tonos reguetoneros, sinfonías, pajaritos, anuncios personales, escándalos y malas palabras. Tanto así, que en las actividades de las empresas y de instituciones que se respetan, lo primero que dice el maestro de ceremonia o el moderador: “favor apagar sus celulares o colocarlos en vibrador”. Otras instituciones como las iglesias, colocan letreros para que apaguen el celular; donde a menudo la misa se ve amenazada por su sonar. El reverendo Nino Ramos ha bajado del púlpito y colocando su oído como radar submarino trata de escuchar cual celular es el que suena y ha seguido damas hasta afuera, para ver de quien se trata.
Ya la gente cree que si no toma el celular mientras maneja, o en el tapón, está como pez fuera del agua. Los accidentes no importan.
Las escuelas están amenazadas. Los estudiantes llevan celulares en sus mochilas, para estar comunicados con el exterior, para hacer su chivo en “mensajes no enviados”. Recuerden el mensaje múltiple de las Pruebas Nacionales. Tan grave es el asunto aquí en Fantino que en días atrás, la directora tuvo que pelear al puño con alumnos y sus refuerzos, por no acatar la orden de “No Celular en el Aula”.
Me gusta lo del Consulado Norteamericano, allí no importa quien sea usted, no puede pasar ni un cortaúñas para el interior del recinto. Allí no sabemos ni siquiera que hora es, porque no utilizamos relojes; vemos la hora en la pantalla.
A veces cuando negociamos o charlamos con un amigo, se escucha el “espérate, aló, dime” y se corta la conversación. Si es importante le mete diez minutos y si no tiene importancia: “te llamo pa’tra” ¿y cómo es que se llama pa’tra?. Cuando termina su llamada pregunta: “dónde íbamos”, los celulares tienen el poder de borrarte la memoria y el mundo real, por eso es tan peligroso manejar con ellos en el oído o en “hand free” o manos libres, porque nos concentramos en el sonido, ya que no podemos ver al interlocutor.
Les he hablado de las llamadas, pero todas esas facilidades que tienen y que se utilizan a discreción, hacen el mismo daño cuando nos desconectamos del mundo con su uso: escuchamos música con el audífono de un lado, mientras participamos de una entrevista; vemos fotos, navegamos en la Internet en la misma iglesia, devolvemos mensajes y comenzamos un chateo encendido mientras en nuestro entorno piensan que usted está consumiendo las informaciones.
Cuando le preguntamos el número de cédula a una persona, comienza diciendo 809 y luego queda en el aire, pues en vez de decir 087 que es su número de serie, su mente se remonta al número más utilizado (el de su número de celular).
Voy a dejar este escrito hasta aquí, porque me está sonando el celular con el #131# (en privado), ¿quién será? Voy a tomar la llamada, ojala no sea de la casa de préstamo.